Cuando mostramos empatía, también estamos asumiendo la experiencia de otra persona, pero esta vez nos afecta a nosotros: estamos tan conmovidos por la experiencia de otra persona que experimentamos nuestra propia reacción emocional a cambio: nos sentimos mal, estamos preocupados o, por el contrario, estamos contentos y felices por el éxito de la otra persona.
¿Cómo empatizamos?
En un intento por comprender mejor el mecanismo de formación de la empatía y responder a la pregunta “¿Cómo funciona?”, neurocientíficos y científicos sociales se han unido para desarrollar dos teorías. Lo interesante es que estos enfoques sobre la naturaleza de la formación de la empatía son opuestos entre sí y la ciencia aún no ha dado una respuesta concreta a cómo funciona la empatía. Así que ambas teorías son sólo suposiciones que merece la pena considerar.
El primer enfoque es la teoría de la simulación, cuyos partidarios creen que en el momento de la empatía imitamos la emoción de otra persona, imaginamos realmente lo que sentiríamos en el lugar de una persona, y en muchos sentidos nos basamos en las emociones, y algunos dirían incluso que en la fantasía.
El segundo enfoque es la teoría de la mente, según la cual no vivimos en un mundo de fantasías propias sobre los sentimientos de otras personas, sino que nos basamos en hechos concretos. Así, cuando mostramos empatía, la basamos en nuestras percepciones y experiencias pasadas sobre cómo debería sentirse una persona en situaciones similares. Es decir, utilizamos nuestros procesos de pensamiento para explicar sentimientos y acciones.
¿Por qué es necesario?
Es necesario conocer el mecanismo de formación de la empatía al menos por un noble deseo de iluminación, pero la empatía en sí es necesaria para ser humano. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la empatía es la piedra angular de la moralidad humana. Gracias a ella vivimos y existimos en sociedad, sin la cual, como sabemos, no sobreviviríamos como especie (¡los animales tienden a agruparse!).
