Supongamos que tienes que examinarte del carné de conducir. Si, en el período previo al examen, sólo te preocupa el resultado, pero por lo demás te va bien en la vida, el estrés a corto plazo potenciará realmente tu memoria y tu concentración. Sin embargo, si lo que te pone nervioso no es el examen en sí, sino, por ejemplo, la posibilidad de que te despidan en el trabajo, te resultará muy difícil concentrarte en la conducción.
El científico Dan Ariely, en su libro “Positive Irrationality. How to capitalise on your illogical actions” describe un experimento que su equipo realizó en la India. Se pidió a un grupo de sujetos que jugaran a unos sencillos rompecabezas infantiles. Se les ofrecieron ciertas primas por ganar. La cuantía de la recompensa variaba de cantidades modestas a otras muy sustanciosas, equivalentes al sueldo del participante durante varios meses. Resultó que cuanto mayores eran las sumas en juego, peor afrontaban las tareas los sujetos. La perspectiva de ganar una pequeña cantidad no ponía nerviosos a los participantes ni afectaba a su nivel de concentración. Pero la posibilidad de ganar a lo grande llevaba al organismo a un estado de estrés y empeoraba las capacidades cognitivas.
El hecho es que el estrés a corto plazo desconecta la corteza prefrontal del cerebro, responsable de las capacidades cognitivas. En concreto, de la memoria, la planificación, el pensamiento lógico, la capacidad de encontrar soluciones y fijar objetivos. En la vida normal, el córtex prefrontal nos permite funcionar, trabajar y aprender con normalidad. Pero en una respuesta de “golpear o huir”, el cuerpo simplemente no necesita estas capacidades: la atención se centra en hacer frente a una amenaza específica. Las funciones cognitivas que necesitamos en este momento son mínimas: sólo las que nos ayudan a hacer frente a la fuente de estrés.
Estrés crónico
Aunque el cerebro puede beneficiarse del estrés a corto plazo, el estrés a largo plazo literalmente lo destruye.
El estrés aumenta la producción de cortisol. Las concentraciones excesivas y prolongadas de esta hormona afectan negativamente al hipocampo. Esta parte del cerebro es responsable de la percepción de la información, la memoria y la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas. El hipocampo desempeña el papel de un centro de procesamiento de datos: distribuye la información entre la memoria a corto y a largo plazo, decide qué conocimientos retener y cuáles no. Bajo la influencia del cortisol, el hipocampo se destruye progresivamente. Como consecuencia, la memoria de una persona se deteriora: primero resulta más difícil recordar cosas nuevas y, después, recordar lo ya conocido. La disminución del número de neuronas y la ralentización de la neurogénesis reducen la capacidad de aprender y dominar nuevas habilidades.
El estrés crónico y el aumento de la producción de cortisol también destruyen las conexiones dendríticas que transmiten información entre las neuronas. El número y la calidad de las dendritas también afectan a nuestra capacidad de memoria y a la velocidad de procesamiento de datos. Cuanto menos son, peor y más lento pensamos. Hasta las decisiones más sencillas nos resultan difíciles: qué ropa ponernos, qué plato cocinar para cenar, etc.